Cuando y
donde menos te lo esperas, surge la Esperanza.
Sabéis
que me gusta hablaros de vez en cuando de Vallecas, porque aunque el barrio es
como es, uno lo sigue llevando en el corazón.
El Puente
tiene sus encantos, pero he de reconocer que tiene muchas cosas malas. Y este
tiempo de confinamiento me ha servido para descubrir aún más. Pero no os voy a
hablar de eso. Al revés. Os voy a hablar hoy de mi última sorpresa. Grata
sorpresa.
El martes
llevé el coche al taller, que está en el Puente de Vallecas profundo. Imaginad
una calle larga (Monte Igueldo) que tiene un primer tramo muy comercial, donde
los alquileres son altos, están cerca el Metro, los autobuses, comercios de
prestigio, como La Presilla (si supiera, aquí pondría un emoticono guiñando un
ojo) y un Mercado. Pero a partir precisamente del Mercado, la fisonomía de la
calle cambia radicalmente. Solo se ven locales cerrados (ha cerrado allí hasta
un chino), suciedad, casas muy humildes por fuera y destartaladas por dentro. La
población tira más al Bronx que a la Sexta Avenida. Y a parte de
algún taller, por ahí solo resisten abiertos los bares, las fruterías de mala
calidad y alguna peluquería de caballeros (normalmente, caballeros dominicanos).
El año
pasado se pusieron muy de moda en esta zona los narcopisos, pero parece que eso
se va controlando. Lo que no pasa de moda son los enfrentamientos cada fin de
semana entre los Ñetas y los Latin Kings.
El caso
es que el martes llevé el coche y cogí un itinerario diferente al habitual. Y de
repente, en la misma calle del taller (c/ Ramón Calabuig) me llamó la atención
un local. Un local que perfectamente podría estar situado en el Barrio de
Salamanca (para los que no sois de Madrid, uno de los barrios más ricos de la
ciudad).
Un local
con unos escaparates gigantes, la carpintería pintada de azul, un cartel con el
nombre de la tienda, que sin ser especialmente llamativo es atrayente. Y desde
fuera, lo que se veía era un orden y un mimo en cada detalle que llamaría la
atención en cualquier distrito (no digamos ya ahí).
Pero si
ya eso en sí mismo parece un milagro, no os lo vais a creer cuando os diga lo
que vende... ¡libros!
Es una
librería. En los tiempos que corren, en los que ya no lee nadie y los pocos que
leen, lo hacen en formato digital, va una persona (o grupo de personas) y tiene
los cojones de montar una librería de diseño en mitad de la
desolación.
“¡Menuda
idea descabellada!” Pensaréis, igual que lo pensé yo. Pero lo más increíble es
que como iba en coche y no pude parar (prometo acercarme en cuanto pueda), he
investigado en internet (https://www.librerialaesquinadelzorro.com/
) y resulta que han cumplido 9 años. Es decir, que es una tienda establecida y
asentada ya en el barrio.
No me
digáis que no da alegría.
Cuando
todo es decadencia y pobreza, encontrar un oasis así, te hace pensar que
cualquier cosa, con trabajo, con esfuerzo y con cariño, puede salir adelante. Y
no hablo solo de un negocio. Hablo de cualquier cosa, desde un estado de ánimo
hasta una combinación de Euromillones como esta, que jugamos esta
noche
Leer nos hace
libres.
Sobre todo, leer
nuestra combinación,
mañana en el
periódico.
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