Nuestro
botín de Semana Santa: 40 céntimos.
Como
sabéis, siempre busco alguna noticia o algún suceso para escribiros la
chorradilla semanal. Pero esta vez no lo he buscado. Me ha llegado sola. Resulta
que el otro día escribí una cosilla en Facebook y me respondió un amigo
enviándome un artículo que me gustó mucho. Tanto que me parecía un plagio coger
un poquito de aquí y otro poquito de allá, así que he decidido que ya que
plagio, lo hago bien. Os lo paso enterito.
Pero
antes, eso sí, el objeto de este mensaje: las combinaciones de esta
semana
Rodéate
de gente que disfruta fácilmente (incluso de las
modas)
Aunque
es frecuente criticar las modas arbitrarias —como el vermú, la nostalgia o las
bicis sin cambio—, yo creo que disfrutar de «tonterías» es una enorme
virtud.
Pensemos en el verano.
Criticamos a la gente por leer el nuevo de Millenium, por viajar a
Benidorm, o por compartir fotos de gin-tonics con cardamomo. Criticamos a los
tipos de treinta que deciden hacerse runners y a las chicas que se
disfrazan de tenista para jugar un día al pádel. Incluso he visto criticar a
esos turistas que recorren Madrid con un telescopio de hacerse selfies, que
efectivamente van haciendo el ridículo, pero muertos de
risa.
En realidad, estas
personas han intuido una verdad primigenia: que a la vida se viene a pasar el
rato. Y si uno acepta esa premisa, aunque sea un poco, entonces disfrutar de
cosas intrascendentes es una virtud. Porque esas son las cosas que tenemos más a
mano: ciertos paisajes, ciertas personas, algunos libros y algunas habitaciones,
que decía James
Salter. Por eso me gustan las personas que disfrutan
de tonterías y hasta de las modas, sacando fotos del atardecer o
leyendo revistas con textos muy largos.
En esencia, me gusta la
gente que disfruta fácilmente.
Me gustan los fanáticos
del vermú, incluso si antes nunca lo bebían y ahora resulta que
sí.
Me gustan las chicas
que viajan con una lista de «Las diez cosas que ver en Nueva York» y disfrutan
íntimamente de ir tachando hasta dejar la ciudad como el planeta de
los simios.
Me gustan los
optimistas, como aquel amigo que los días nublados sale de casa sin paraguas
porque quizás no llueva.
Me gustan los
perseguidores de casualidades. Esas personas que al conocerte buscan a alguien
que podáis conocer los dos. Si eres de Valencia, te informan de que conocen a un
tipo de allí; si eres ingeniero, te dicen que su hermana también y que es
rubia y se llama Ana y mide más o menos así —y entonces levantan la mano a media
altura—. Son personas dedicadas a encontrar los lazos invisibles que nos unen.
Que nunca desfallecen aunque casi nunca tienen éxito. Pero los rarísimos días en
que descubren una conexión dan un saltito y les brillan los ojos.
Felices.
Me gusta la gente de
fútbol porque es intrascendente y por eso disfrutarlo es puro genio. Ya lo
resumió Jabois: «Hay pocas cosas
más felices y divertidas que ser madridista. Yo no las
conozco».
Me gusta mi hermano
porque cuando le preguntas si quiere desayunar te dice que quiere
palomitas.
Me gustan las personas
del poema de Borges:
Un hombre que cultiva
su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.
Me gusta la gente que
odiaba cortar el césped y se ha apuntado a un huerto urbano, los que van dos
veces a ver la misma película, quienes escuchan Interstellar pensando en el
espacio y quienes escriben con estilográficas de distintos colores, siguiendo
unas reglas arbitrarias pero muy importantes.
Lo diré otra vez:
disfrutar fácilmente me parece una virtud y por eso respeto las modas. Y no me
importa si son mainstream o hipster. Si
alguien es feliz yendo de despedida a Ibiza, memorizando a Melville,
leyendo El capital
de Piketty o poniendo frases
de azucarillo en su Facebook, todo me parece bien.
Lo extraño es lo
contrario: pretender juzgar los pasatiempos ajenos. Y es que el día menos
pensado se te aparece alguien diciendo: «Oiga, disfruta usted mal», y a ver cómo
le explicas que su opinión al respecto no importa en lo más
mínimo.
* * *
Me
siento identificado en un montón de párrafos.
Víctor M. de
Francisco
Perseguidor
de casualidades
LA
PRESILLA
No hay comentarios:
Publicar un comentario