Esclavos.
Supongo
que habréis oído todos más de una vez, la leyenda de la BlackBerry. Ésa que dice
que antiguamente a los esclavos les ponían un grillete en el tobillo con una
cadena soldada a una bola de acero, para evitar que pudieran escapar. A esa bola
los esclavos la llamaban familiarmente BlackBerry por su "parecido" con las
frutas del bosque.
Esa
leyenda sugiere que el dispositivo móvil actual ha sido llamado así porque
representa un método moderno de esclavitud.
La
historia, como leyenda urbana tiene su aquel, pero la verdad es que yo nunca me
lo había terminado de creer. Hasta el otro día que vino un promotor de tabaco a
La Presilla y cuando le ofrecí ir a tomar un café me dijo que no, que lleva un
GPS en el teléfono con un margen de error de más/menos 15 metros y que no quería
arriesgar.
Me
dijo que lleva otro en el coche y que los tiene que apagar cuando termina la
jornada laboral porque si no (aunque cree que no lo hacen) le podrían tener
igualmente localizado.
Miedo.
A mí, tanto control me produce mucho miedo.
Quizá
las Kiribati no sean lo suficientemente lejanas cuando acertemos alguna de estas
combinaciones.
Claro,
que nadie está libre al control. Ni siquiera los propios controladores, porque a
veces las herramientas de supervisión se pueden convertir en las peores armas
contra uno mismo: se me quejaba un día el dueño del bar de al lado (no voy a dar
nombres por supuesto, pero vamos, el del bar de al lado) de que había visto por
las cámaras que tiene instaladas en el local, cómo uno de sus empleados se había
bebido una Coca Cola. Y unos días después, estaba yo tomando algo y le dije
-
¿Qué?
Que el otro día te pillaron ¿eh?
Y
me contesta
-
Y
a él también… Ayer se preparó un chocolate con churros por la tarde y le llamó
inmediatamente la mujer, que le estaba viendo, que si no sabía que él no puede
tomar eso con el colesterol que tiene, y que bla bla
bla.
Y
es que yo creo que deben tener sintonizado en la tele de casa el circuito
cerrado de las cámaras del bar como un canal
más.
En
fin, a ver si acertamos de una puñetera vez algo para poder sentirnos libres
como el sol cuando amanece o como el mar (qué grande Nino Bravo, qué lástima esa
muerte tan prematura).
Un
abrazo.
Víctor M. de Francisco
LA PRESILLA
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