Ritmo.
El otro
día estuve con mi mujer en un sitio bien chulo; el teatro la Pensión de las
Pulgas.
La obra
que vimos no es que valiera gran cosa, pero la experiencia es fantástica. El
teatro en realidad es una casa, en la que hay tres habitaciones con un montón de
sillas colocadas a lo largo de todo el perímetro, y en cada una de estas
estancias se representa un acto.
Lo
cachondo es que tú te sientas en una de esas sillas a ver la representación.
Estás tan cerca, que a veces tienes que recoger las piernas
para dejar pasar al actor y que no tropiece contigo. La sensación es
increíble.
Al
finalizar cada acto, te tienes que levantar y trasladarte a otra habitación.
Hasta completar los tres actos. Es como Rayuela, que da igual por dónde empieces
porque desde cualquier punto, la obra tiene un inicio y un
final.
El caso
es que en uno de esos traslados, escuché decir a alguien: “corre, corre, vamos a
coger sitio” ¡Y estamos todos pegados! Todos a menos de un metro de los
artistas. Todos mucho más cerca que el que está en la fila 1 de cualquier
teatro. Y aún así, todos (a nosotros también nos pasó) intentábamos llegar
cuanto antes, para coger el “mejor sitio”.
Esto fue
hace ya unos cuantos días. Y esa impresión se me quedó ahí perdida en el
cerebro, hasta que el sábado pasado me ocurrió un hecho absurdo que me trajo a
la memoria aquel pensamiento y me hizo recapacitar sobre el ritmo de vida que
llevamos. Os lo cuento: estábamos con unos amigos en una terraza y fuimos el
marido de la otra pareja y yo a pedir a la barra porque no servían fuera.
Entonces yo me pedí un café solo con hielo, y él lo mismo. Al ponérnoslo, yo me
lo preparé por no andar llevando tanto cacharro. Además con las prisas, pues se
me cayó la mitad, se me quedó casi todo el azúcar en la taza… un poco desastre.
Y cuando íbamos para allá, mi amiguete me dijo: yo prefiero llevarlo todo a la
mesa, porque el ritual de preparármelo forma parte de la experiencia de tomarme
el café.
Joder, me
supo fatal. Me pasé todo el rato pensando en lo a gusto que estaba el tío con su
cafelito. Y yo, ahí con un cuarto de café en el platillo, casi sin azúcar, con
una servilleta pegada a la taza para no mancharme… Muy mal. Dos cafés iguales,
dos experiencias radicalmente diferentes.
Y es que
a veces, hablo sobre todo de momentos en los que debemos estar disfrutando de
nuestro ocio, imprimimos un ritmo a nuestras vidas que no tiene ningún sentido.
Queremos correr en vez de disfrutar del momento.
A
vosotros también os pasa. Estáis ahí como locos metiendo prisa por conseguir
millones, en vez de estar disfrutando de los 70 centimillos que conseguimos
recuperar la semana pasada…
…esto
último es broma eh. Pobres míos, si no rechistáis nunca.
A ver si
conseguimos disfrutar de una maravillosa experiencia con alguna de estas tres
combinaciones
Dos de
las combinaciones las ha elegido un tío con mucha suerte. Fijaos si tiene
suerte, que su equipo ha llegado a la final de la
Champions…
Disfrutad
con calma de este fin de semana, que espero que sea muy
placentero.
Un
abrazo.
Víctor M. de Francisco
LA PRESILLA
Keep Calm & play in The Presilla