viernes, 2 de julio de 2021

Las pollas

 Ah, sí. Hoy sí, claro.

Llevas semanas. ¿Qué digo semanas? ¡Meses! Enviando el mensaje directamente a la papelera o dejándole bajar sin leer hasta caer en las profundidades de tu Outlook.

Pero hoy el título te ha llamado la atención ¿a que sí?

Pues no te hagas muchas ilusiones porque hoy toca hablar de un personaje cuya biografía da origen a un título que seguramente ostenta más de una persona que tú conoces.

El personaje en cuestión (por cierto Laly, muchas gracias por dármelo a conocer) es Baltasar Gil Imón de la Mota. En algún sitio aparece como Alcalde de Madrid, aunque Wikipedia no ofrece ese dato. Dice que fue Contador Mayor de Cuentas de Felipe IV. 

Sea lo que fuere, parece que hay dos cosas ciertas:

La primera, que ser Contador de Cuentas es un cargo muy redundante.

Y la segunda, que don Baltasar no se perdía un sarao, siendo todo un referente en los ecos de sociedad. No había un chismorreo en los corrillos de las duquesas en el que no apareciera su nombre.

Y entre estos eventos de la alta sociedad, los más prestigiosos eran los bailes organizados por el Duque de Osuna.

Ya se sabe que este tipo de eventos, aún hoy, se hacen con algún fin provechoso. En aquella época parece que la utilidad era presentar en sociedad a las hijas en edad de merecer, a ver si conseguían cerrar un buen “acuerdo matrimonial”.

Sí, sí. Lo sé. Suena fatal. Pero no olvidemos que nos hemos remontado al s.XVII.

El caso es que a estas muchachitas se las conocía con el término de “pollas”. Acepción que sigue apareciendo en el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE). Aunque ahora la palabra haya cobrado otro significado mucho más vulgar.

El caso es que el Sr. Gil Imón siempre llevaba a sus dos hijas a este tipo de fiestas. Dos hijas, que según las crónicas, eran feúchas y más bien antipáticas.

Dice la leyenda que debido a su alto rango (ya sea Alcalde o Contador de Cuentas), él suficiente tenía con atender los cientos de conversaciones que la diplomacia en estos casos le exigía. Y mientras, sus hijas se apoltronaban en alguna esquina esperando que algún jovenzuelo se acercara.

Pero nada. Se sucedía fiesta tras fiesta, y dicho con una expresión del s.XXI (nunca hay que dejar de reciclarse) no había quien les tirara fichas.

La situación se repetía en cada fiesta. Y era tan absurda que rayaba la idiotez.

Si sus hijas no caían muy bien, este hombre no debía ser tampoco un ejemplo de amabilidad, y no se sabe muy bien si a él o a la situación se les empezó a relacionar con la estupidez. De tal manera que cuando llegaban, se oía decir “ahí vienen Gil y sus pollas”.

Aquello fue evolucionando y de “Gil y sus pollas” pasó a “Gil y pollas” hasta acabar en Gilipollas. ¿A que sí que conoces a alguno?

En fin, os cuento esto entre otras cosas, porque yo tengo una polla (nunca pensé que acabaría escribiendo esta frase) y un pollo, que cada día demandan más dinero. Así que confío en que alguna de estas combinaciones me ayude (a mí y a todos) a olvidarme de esa preocupación.

 

 

     LA PRESILLA

    Somos la polla

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario