¿Cómo
andáis de Historia? A mí siempre me ha gustado, aunque eso no significa que
entienda ni controle demasiado. De hecho, no he vuelto a tocar un libro de
Historia casi desde COU. Pero la casualidad (esa misma que nos va a traer algún
día un Bote) ha querido que en la misma semana, se me junten dos hechos
relacionados porque son de la misma época. Uno me viene por mi hija, que está
estudiando la Historia del siglo XIX. Y el otro es tan curioso que merece que le
dediquemos un ratillo de estos chorras de la
Peña.
Antes
de nada, os adelanto que corto y pego casi todo del blog de Diego González:
https://fronterasblog.com/
porque de todo lo que he leído sobre esta hazaña, es el que más me ha gustado.
De hecho, si consigo localizar a este hombre, le regalaré una participación de
la Peña de esta semana.
La
Historia de España, como la de cualquier país está plagada de guerras, batallas,
conquistas, victorias y derrotas. Son pocos los países europeos contra los que
los ejércitos españoles no han luchado en algún momento. Pero lo que casi seguro
no sabéis la mayoría de vosotros es que la guerra más larga de la Historia de
España no se libró contra ninguno de nuestros adversarios tradicionales. Es más,
no se libró en absoluto. Y ni siquiera la declaró España. Ni ninguno
de los viejos reinos que la formaron.
Esta
es la historia de cómo un pueblo del norte de Granada le declaró la guerra a
Dinamarca y tardó 172
años
en firmar la paz:
La
España de Napoleón Bonaparte y la España de Carlos IV firmaron en 1796 el Tratado
de San Ildefonso según el cual ambos estados acordaban
mantener una política militar común respecto a Gran Bretaña, enemigo de ambos
países en aquel momento. En el contexto de ese tratado en 1807 España envió
una expedición
a Dinamarca de más de 13.000 hombres para evitar desembarcos
ingleses en Jutlandia; Dinamarca estaba en guerra con Suecia y la intención era
que los españoles participaran en esa guerra.
Pero
en 1808 se produjo el Motín de Aranjuez y la abdicación de Carlos IV, y el inicio
de la Guerra de Independencia Española. Las tropas españolas
pasaron pues de ser aliados, a ser un ejército rebelde aislado en tierra
enemiga. La expedición española quedó retenida en Dinamarca por orden de
Napoleón, y fue dispersada por todo el territorio danés para evitar la
acumulación de soldados enfurecidos.
Ya
en 1809 la situación de las tropas españolas aisladas en Dinamarca se conoció en
España, y la Junta
Suprema, organismo de gobierno español durante la ocupación
napoleónica, decidió cortar todas las relaciones con Dinamarca. La noticia llegó
a Huéscar
(Granada).
Mucho
se habla de los vascos, pero los de Huéscar son conocidos por ser tipos
aguerridos y con cojones. Y allí, el ayuntamiento, solemnemente, decidió
declararle la guerra a Dinamarca el 11 de noviembre de 1809.
Luego
las tropas españolas e inglesas consiguieron derrotar a las francesas, volvió el
desgraciado de Fernando VII y se firmó la paz entre vecinos, pero en Huéscar
olvidaron que estaban en guerra con Dinamarca, mientras que en Dinamarca ni
siquiera tenían constancia del asunto, lógicamente.
Así
pasaron las décadas, con el estado de guerra en vigor, hasta que a principios de
los años 80 del siglo pasado un investigador granadino, Vicente González
Barberán, descubrió en los archivos municipales de Huéscar el documento original
de la declaración de guerra, y anunció a los perplejos vecinos su situación
bélica al publicar la historia en una revista local.
La
cosa no habría pasado de ahí de no ser porque el diario granadino Ideal recogió
la noticia.
De ahí pasó a la agencia EFE y de esa manera se
enteró el corresponsal de la televisión pública danesa en Madrid, Jorge Jensen,
que, quizá falto de otras noticias de mayor enjundia (el hallazgo se llevó a
cabo en agosto de 1981), le dio cobertura informativa. Aquello fue una bomba en
Dinamarca, donde la noticia de que una aldea de las montañas españolas les había
declarado la guerra siglo y tres cuartos antes les llenó de hilaridad y
diversión.
El
profundo deseo de paz de los granadinos, que por otro lado ni siquiera tenían la
más remota idea de haber estado en guerra todo ese tiempo, llevó a que en el
ayuntamiento se celebrara un pleno de lo más entretenido en el que se aprobó
iniciar las negociaciones con Dinamarca para la firma de un tratado de paz. El
embajador danés obtuvo de su país los poderes para negociar en nombre del estado
escandinavo, y en noviembre de 1981, ciento setenta y dos años después de la
declaración de guerra, Huéscar y Dinamarca firmaron el final de las
hostilidades. Hostilidades que nunca habían tenido lugar, cierto, pero ser
ordenado es una virtud, y tener una guerra pendiente por ahí no es de gente de
bien.
El
día del tratado de paz fue una auténtica fiesta. Centenares de ciudadanos
daneses, además del embajador y todo el personal diplomático de la delegación
danesa, acudieron a Huéscar. Docenas de medios de comunicación españoles y
daneses, pero también del resto de Europa e incluso alguno americano se dieron
cita para dar fe del final de la guerra más larga de la Historia de España.
Los
balcones de Huéscar amanecieron tapizados de banderas españolas y danesas, y en
la carretera de acceso al pueblo fueron instalados carteles que rezaban en
danés, “Atención daneses, entran en territorio enemigo. Si siguen adelante,
aténganse a las consecuencias”. La celebración fue denominada como Fiesta de la
Amistad y contó con la presencia de más de diez mil personas, entre ellos, al
menos uno de nuestros socios peñistas y un montón de daneses que habían venido
disfrazados de vikingos (cascos con cuernos, espadas de madera y escudos con la
leyenda Dansk Spansk
Samvirke, “Amistad hispano
danesa”).
Fiesta
solo comparable a la que vamos a organizar nosotros cuando nos toque esta
participación
El
salón de plenos del ayuntamiento, desbordado por la presencia de cámaras de
televisión y corresponsales internacionales, rompió en aplausos cuando se aprobó
la paz. El
embajador danés, por su parte, narró cómo había puesto a sus espías a trabajar
inmediatamente después de conocer la noticia, y su alivio al recibir la
información de que aparentemente las tropas de Huéscar no iban a ser movilizadas
a corto plazo. Después de la firma de la paz se inauguró una calle en homenaje a
Dinamarca y los locales y los invitados procedieron a ponerse ciegos de comida y
vino, que es de lo que se trataba. El lema de la fiesta era simplemente
maravilloso: “Afortunadamente, siempre
habrá una paz que declarar, una copa con que brindar y unos amigos a quienes
abrazar”. Todo un himno a la paz y a la concordia para finalizar una guerra que
nunca existió.
Víctor M. de Francisco
LA PRESILLA
Ojalá
todas las guerras fueran así.
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