viernes, 18 de enero de 2019

Una estrella Michelín

Chicos, creo que no habéis elegido la Peña adecuada.

Para que te toque la Lotería, supongo que tendrás que relacionarte con gente sibarita a la que le guste el glamour y el lujo. Y ese no soy yo. Nunca me ha gustado mucho la ostentación.

Pero es que el fin de semana pasado lo comprobé una vez más:

Algunos de vosotros sabéis que entreno a un equipo de Baloncesto de chavalillos. Pues bien, al final de la temporada pasada, los padres tuvieron el detalle de regalarme una caja de estas que incluye un vale para vivir una experiencia única con mi mujer: un spa, una noche de hotel, un viaje en globo o una experiencia gastronómica. Yo, que soy más de que me ganen por el estómago, elegí una comida en un restaurante de Segovia con una estrella Michelín.

Increíble. ¡Siete platos! Pero además platos grandes eh... Platos tan grandes, que lo que es la comida pasaba inadvertida. Yo lo había escuchado en los monólogos de Leo Harlem, pero es que es tal cual.

El primero era un aperitivo frío: esferificación de vermut con oliva. Lo que viene siendo una aceituna envuelta en una especie de pompa que al romperla en la boca sabe a vermut. Supongo que la técnica para realizar la pompa debe ser brutal, pero coño, era ¡una aceituna!

Después de otros tres aperitivos similares, empezamos por fin, con los principales.

El primer principal (que era el quinto plato) era “Bacalao acompañado de salsa puturruá con alcachofitas confitadas”. El nombre de la salsa me lo he inventado, claro. Y las dos alcachofitas, aunque el diminutivo las definía perfectamente, parecían el padre y la madre del bacalao.

Lo que os decía, que yo no valgo para ser rico.

Lo que estaba muy rico, por cierto, era el cochinillo. El plato estrella. Lógico, en Segovia... Estaba delicioso, pero hacedme un favor: poned la yema del dedo índice de vuestra mano derecha sobre la primera falange del dedo índice estirado de la mano izquierda. Así era la “ración” de cochinillo. Os lo juro. Casi hubiera preferido que estuviese malo.

¿Y el postre? El postre era una bolita (por no decir una canica) de helado con un sombrerete de higo. El sombrerete era una lámina de higo, que le dije a mi mujer, “mira, hay seis comensales en todo el restaurante. Yo creo que con un solo higo han hecho el postre de todos los que estamos aquí”.

Así que cómo os van a tocar los millones conmigo, si yo soy más de unos huevos fritos con patatas. Que estuve a punto de decirle al camarero: “Me trae un palillo de dientes, por favor, que se me ha quedado ahí un trozo y voy a aprovechar para repetir de cochinillo”

En fin, os presento un crujiente de Primitivas, sobre lecho de Jókers, maridado todo el conjunto con una emulsión de décimos pa´l sábado y macerado durante cuatro semanas, que son durante las que jugamos estas combinaciones.


Buen provecho.


Víctor M. de Francisco
LA PRESILLA
Una Estrella Michelín:
Premios minúsculos sobre
textos amplísimos.

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