Feliz Navidad. 
Os deseamos desde La Presilla tanta Paz como necesitamos para 
nosotros. Porque la verdad es que estos días nos traen de todo menos 
Paz.
Y es que no sé cómo se vivirán las Navidades en otras 
administraciones de Loterías, pero al menos yo por estas fechas tengo siempre 
una mezcla de sentimientos que no termino de dominar. Por un lado, la tensión 
del jaleo constante, la incertidumbre de si van a cuadrar las cuentas, el riesgo 
de manejar dinero que no es mío, los nervios de las llamadas de última hora… Y 
por otro, la esperanza de poder repartir muchos premios, la alegría de percibir 
la ilusión de la gente y sobre todo, la satisfacción de saber que se ha hecho 
todo lo que estaba en nuestras manos.
Y de entre todo, como siempre, me quedo con lo bueno. Primero 
porque nos queda la conciencia de saber que lo hemos hecho de la mejor manera 
que hemos sabido y con el mayor cariño: ayer mismo nos prometíamos Paloma y yo 
que ya no venderíamos más lotería a la gente que nos llamara de fuera de Madrid, 
pero cada vez que nos llamaba alguien, éramos incapaces de decirles que no 
teníamos el décimo que solicitaban, si aún nos quedaba. Y no es por el ansia de 
vender un décimo más, sino por lo que gusta sentir la alegría al otro lado del 
teléfono de alguien que por fin ha encontrado el décimo con el número de la 
fecha de la boda, o del nacimiento de su hijo, o simplemente un número chorra 
que se le ocurrió decir en una  reunión de amigos y que ahora están todos locos 
por encontrar.
Lo bonito y lo diferente de mi trabajo respecto al de los demás es 
precisamente eso: la 
ilusión. Las historias que te cuentan, las microamistades que 
surgen en Murcia o Gran Canaria a través de una llamada. Pero sobre todo, 
nuestra ilusión. Porque el cliente, salvo casos como los que os cuento, viene a 
comprar su décimo, lo guarda en la cartera y cuando ha puesto el pie en la calle 
ya está pensando en el recado que tiene que hacer después. Esas escenas de 
anuncios en las que la gente compra el décimo y empieza a soñar con una vida 
paradisiaca, no suelen ser lo habitual. Por no hablar de ese compañero de 
oficina que compra el “puñetero” décimo no por la ilusión, ni por el anhelo de 
una vida mejor, sino porque lo han comprado los demás y a ver si va a ser él el 
único gilipollas que se quede trabajando.
Como os decía, lo que más me gusta es nuestra ilusión. Porque yo no 
juego a que me toque (hombre, si me toca, ya sería la bomba), juego a dar el 
premio. Y todos los años por estas fechas estoy convencido de que lo voy a 
conseguir.
Pero luego llega el día del 
sorteo…
Somos como el actor de teatro que se aprende un guión 
complicadísimo y después de mucho trabajo, en mitad del estreno, se queda con la 
mente en blanco.
Es un poco eso. Mucho esfuerzo, mucho tesón, mucho trabajo, pero 
luego llega el día 22 y te quedas con cara de panoli. Y lo peor es que tienes 
que estar escuchando allá donde vayas “¿qué? Nada ¿no?” “Mira Doña Manolita, ésa 
sí que es buena, que tiene una suerte…” No. Ésa no es que sea buena. Es que 
lleva una serie (sólo una) de casi todos los números. Así lo difícil es no 
darlo. Y la suerte que tiene es que está en todo el centro de Madrid. 
Pero bueno, de momento sigo en la fase del convencimiento. Y si 
luego no es así, pues supongo que me afectará menos. Porque en realidad lo que 
os acabo de contar es lo que me pasa semana tras semana, pero a menor escala. De 
lunes a viernes siempre estoy convencido de que os voy a anunciar un súper 
premio en la Peña, y luego llega el fin de semana, y plof. Así que uno ya va 
haciendo callo.
Mirad las combinaciones de esta 
semana
¿Os imagináis que nos toca La Primitiva un día antes del Sorteo de 
Navidad…? O mejor aún ¿os imagináis que nos toca La Primitiva hoy 
mismo…?
De momento la semana pasada recuperamos 50 centimillos cada uno. 
Lo dicho: Feliz Navidad.
Víctor M. de Francisco
LA PRESILLA
Hoy 
puede ser el día menos pensado